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Alel:uya, alel:uya, alel:uya... Resucitó el Señor. El jardín se ha quedado sin án– geles. Ya no hay bullicio en el sepulcro vacío. Ni vi– bración estremecida de alas; El aleluya exaltado de la Resurrección se va apagando en la lejanía, como las olas en la hondura del mar. Pero la melodía persiste y vuelve en un "crescenclo" cordial a la exaltación del grito que es profesión de fé y seguridad de amor... Aleluya, aleluya, aleluya... Haendel. Resucitó el S,eñor. Al principio no creyeron en el milagro. Ni a María que narraba la escena con toda la pasión de la verdad y del perdón. Como si el amor pudiera sujetarse a las frías convenciones de la des– confianza -o de la malicia- humana. Ahora creían todos, aunque para ello tuvieron que ver con sus ojos de carne y tocar con sus dedos los agujeros de los clavos. Resucitó el Señor. En la aurora de su Resurrección con ángeles su cuerpo transfigurado con las llagas ro– jas en una primavera unánime, fué consuelo y promesa para los suyos. Con frecuencia se rompía el aire para dejar paso a la presencia de Jesús que miraba y son– reía. Sus labios florecían con la bendición de un saludo esperado: "La paz con vosotros... " Y la paz de· Jesús llenaba todos sus caminos. El ca– mino de la ciudad con odio de fariseos y el camino azul del lago milagroso. Alguna vez vieron reflejarse en el fondo verde la silueta larga del Maestro que, aún en la indecisión de las aguas, tenía un gesto inconfun- 101

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