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que volver» -dice-. La «convers10n» no es más que esto: una vuelta a la casa paterna. Una visi– ta al Crucero para prometer con firmeza y con decisión el comienzo de la nueva vida. Cristo le salió al Camino y transformó su mentalidad. Le <lió ideas nuevas sobre el perdón, la gracia, la fi– delidad. Y en un momento comprendió la «mons– truosidad» de la vida en el pecado. Pero todavía es tiempo. Hay que mirar a Cristo para copiar los rasgos de su figura. El rostro de la vida cambia de «va– lor» con esta entrega dócil de la existencia entera a disposición de Cristo. El converso es «disponi– ble», a las órdenes de Cristo: «Y así con la mirada en Vos prendida, y así con la palabra prisionera, como la carne a vuestra cruz asida, quédeseme, Señor, el alma entera; y así clavada en vuestra cruz mi vida, Señor, así, cuando querais me muera». Se está bien junto al Crucero popular. Sentado en la piedra, en '1os dominios el.el Cristo. Muy cerca, para que la vida no pierda su sa– .bor religioso. . . . y ·por si pidiera de beber el Señor...

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