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con una voz que no le sale por el demasiado dolor y 1a emoción de encontrarse frente a frente con el Salvador, este hijo pródigo redivivo: «Delante de la cruz, los ojos míos quédenseme, Señor, así llorando, y sin ellos quererlo están llorando porque pecaron mucho y están fríos. Esta patética confesión de pecado sobrecoge y abruma. Sería dulce poder llorar los pecados de los ojos, que se cubrieron de fáciles placeres y de brillos mentirosos. Lo más doloroso es querer llo– rar y no poder llorar. Porque llega en la vida hu– mana un día de miseria espiritual. Hay qien pier– de las lágrimas como se malgasta la inocencia o se pierde una herencia. El día del juicio apare~ cerán al lado de los lascivos, de los muelles, de los injustos, los •endurecidos. Y serán condenados por– que agostaron voluntariamente l.as fuentes del sentimiento. Y ya no quisieron llorar sus pecad.os , porque creían que .era poco viril, tarea de mujer– zuelas eso de llorar. No es conveniente olvidarse en la oración de esta intención de las lágrimas. Que lloremos como hombres lo que no supimos de- fender corno cristianos, hijos de reyes. ·· Las -lágrimas han cesado. Dios ha dadó ia ab– ·solU:ción a los: ojos porque pagaron el tributo amo- 86

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