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cioso murmullo humano que es preciada herencia de la infancia. Y por entre el ruido y la algazara, la música popular, arraigada hasta la medula: ... se me hace cuesta abajo la cuesta arriba. Una manifestación infantil es siempre auténti– ca. Y el hombre moderno -cansado por el hastío de tanta engañosa cordialidad- sale al camino en espera de la codiciada espontaneidad de los niños. Estos vibran con la libertad amada, por ese con– cepto institivo de la justicia que los hace tan dig– nos, y siguen cantando. No se sigue un compás. No hay director de coro. Las voces se unen difi– cultosamente, quitando al canto esa sensación pe– nosa de rutina y arrastre. Cantan con la limpia voz de sus años: No sé, no sé que tiene mi Virgencita. No sé, no sé que tiene cuando me mira. .. Arrecian las voces. Los ramos de flores se agi, tan, se elevan, se entrecruzan en desorden. Y sube como un fuego festivo la copla sentimenta1l, me– tida en el hondón de los pueblos cristianos y par– ticularmente en este pueblo español, tan claro, tan expansivo, tan mariano: 83

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