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Desde antiguo se eleva este crucero a la entra– da del pueblo. Nadie sabe quién lo hizo. Mejor, así es un poco obra de todos, un recuerdo que se confía de generación en generación y que todos creen suyo. El tiempo fué puliendo paulatinamen– te los gestos aristados. La cara de Cristo es cada vez más humana. El Crucero es la heredad espiritual del vecin– dario. Tanto que la vida de estos hombres, sin dis– tinción de faena, profesión o familia se divisa en– tera desde los brazos de la cruz. El hombre la– briego le pide la lluvia en una letanía ingenua y conmovedora. Es una plegaria primitiva, con sa– bor de inocencia y de seguridad. Dicen que hubo sequías empobrecedoras que dejaron hambre y sed en su camino. Cuentan que las nubes descar– garon repetidas veces pedreas de castigo. Y por eso nació la devoción al Señor. Nadie de los nacidos recuerda sequías, ni pedreas, ni hambre. El ángel de los castigos pasa de largo y deja en paz a estas buenas gentes religiosas. La fuente que nace del mismo tronco del crucero no se agota ni en la cima de la canícula. Y los bueyes mansos sacian su sed en el agua milagrosa. El campo, el paisaje, la sementera, las cosechas tienen alguna referencia espiritual. Da la sensa- 72

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