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, elegir el camino. Trazó su camino con la natura– leza, con la conciencia, con los ríos, con el firma– mento iluminado. En rigor, el camino de Santiago es camino de Dios. EJl puso las señales indicado– ras. Las estrellas son el semáforo de Dios. Pero el hombre es corto de vista. Hay que pasarse las vi– gilias en uri insomnio clarividente para preguntar a Cristo por su voluntad. Y salirle al paso con las lámparas encendidas, no sea que no nos admita en su banquete nupcial. Ya el Cantor bíblico le suplicaba a Dios: «Enséñame tus caminos». La alegría está encubierta en el secreto, con un velo de nubosidades humanas. Es preciso empujar la puerta sin ruido para desvelar el goce y poseer– lo. Y la alegría no se consigue saciando los ~pe– titos. Todo el misterio consiste en dar forma a Dios en la roca que es cada una de nuestras vidas. «Roca», sin retorcimientos de expresión, ya que desde el «desorden» del pecado el hombre sufre trances de muerte antes de alcanzar la forma di– vina. «Dura», porque el corazón se endurece y el instinto no tiene corazón. Yo quisiera persuadirte de esta realidad, hom– bre. Dios te ha colocado en el mundo con una mi– sión, cuyas bases inconmovibles son estas : espe– ranza y lucha. Pero con la convicción de que Dios 66
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