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chosa como un niño. Pero entra Cristo en su vida y le da forta 1 leza de santa. Piedra de crucero te dió Dios, hermano hombre. Aunque lleves esa misteriosa sed de impurezas y de pecados. Porque tienes una ley de limpieza y de bien impresa a fuego de Dios en tu alma. La vocación del hombre y del cristiano parte de este hecho primordia 1 l: dos leyes, dos hombres, dos vidas. Lo dijo con sentida vibración el poeta : «Y al irte tú desenvolviendo, simultáneos vas desplegando a Dios, vas desplegando a Satanás. .. ¡Oh descoyuntadora contradicción de Gracia y Culpa!» En la vida del hombre hay siempre estos dos bandos. El santo vive normalmente con una conducta ejemplar. Pero, en el subsuelo, le aúlla el instin– to como un can hambriento. El pecador se deja arrastrar por sus pasiones. No obstante -por su mundo interior- se oye la voz de los ángeles. Lo decisivo es acertar a compaginar los dos mun– dos de modo que el mal sirva al bien. En el. mundo habrá siempre impuros. Dios bendice a los «limpios» de corazón. 64

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