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gen afligida llamaba y pedía el «retorno». Se hi– zo difícil el encuentro desde que la turbación des– cosió las ataduras íntimas de la fe, de la gracia, del misterio. Y ya no se conocía la imagen primi– tiva -tan adorable- a través de las roturas y de los andrajos. Da pena cruzar por el crucero abandonado, lleno de humedad y de tristezas. Pero es más inmensa la desolación al pasar junto a los cristianos que viven en pecado. Escue– cen los ojos al pensar que estas mujeres que ríen por las aceras llevan muerto el amor, pobres mu– jeres sin gracia. El espectáculo interior de los cris– tianos es una continua tragedia de impudor, de intrigas, de odios. La cruz se ha convertido en un lE:?ño áspero que se lleva a rastras, por pura nece– sidad. Como el mozo de estación que lleva male– tas para ganarse la vida. La imagen de Dios en el alma es un reflejo grácil pero muy frágil. Tiene la fragilidad de una flor, que se lleva en vasos de arcilla. Un _calor inútil esteriliza el barro que se agrieta y duele. -Sin olvidar que el barro puede romperse. La ima- -gen de Dios ha cerrado los ojos, se ha escapado de -la piedra y de la altura para no sentir la ofensa de tanta suciedad en el camino de los hombres. 56
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