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Como casi todas las cosas, este crucero tiene dos caras. Ya hemos visto que hay una enseñanza de sa– no regocijo en la piedra gastada. Mas no se debe olvidar «la otra cara», y la otra enseñanza. El crucero ha ido deteriorándose por la acción del tiempo. No haibía temple en 'la roca. Y lo que, al principio, fué sencillamente un peligro se convir– tió luego, con el temporal y los años en una reali– dad triste: aquel rostro divino se apagó poco a poco. Un día ya no pudo reconocerse la mirada del Cristo. Otro día se derrumbó el apuntalamien– to de los clavos. Quedó sin consistencia el dolor. El mismo amor pasó por un tremendo riesgo de per– der el camino. Pienso en la historia de los hermanos hombres que olvidaron a Cristo. Lo tuvieron un día en el corazón. La imagen sonreía dulcemente invitando a la gracia, al ho– gar, a la amistad. A todas 'las cosas verdaderas. Dios le invitaba al cristiano con un mundo íntimo, familiar, purísimo. El hombre era doméstico del Señor, de la familia de Dios. Después... 1a ino– cencia quedó sepulcrada. ffil vicio avejentó la mi– rada. Los caminos vedados rompieron las vestidu– ras. Pero Cristo velaba desde el Crucero. La ima- 55
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