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Soledad. Al orar tiernamente la Madre ,extendió los brazos. Así nacieron los cruceros. Para salvar ese gesto, tan humano y tan celeste, de Dios y de la Virgen. Desde entonces cada madre es un abrazo a la cruz. Cada inocencia perdida es una mancha roja junto a la Cruz. Cada pecado es un borbotón de sangre en el Cuerpo de 'Jesús. Así siempre. Pero Dios ha hecho fecundo el martirio. Sufrir por el es una bendición. Y la bendición se expresa en forma de cruz. ¿No fué el Hijo mejor de la me– jor Madre? Y sin embargo le regaló un título de sangre: Dolorosa. La cruz sin sangre no puede ser tan hermosa como la cruz con sangre. Sencilla– mente porque la única esperanza, que es Cruz, viene tinta en sangre. Era Cordero de Dios y le clavaron el cuchillo: una mancha de sangre -me jor- una limpieza de sangre regó su manso vellón. ¿Cómo decirte, hombre, que ames la sangre? Ya me entiendes: que ames la cruz. No seas nunca egoista, ni vil, ni intrigante. No derrames la san– gre de los demás. Ante todo, sé hombre. Y no dejes que ese demonio traidor que habita en los desva– nes de los santos, coja el cuchillo de las ofrendas para metérselo al amigo por la espalda. 47
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