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esmérate por conservar el mérito de tus dolores. Que así lo quiere el Señor. . . .«sí, es más doloroso que sean los tuyos». Y ¿quiénes fueron los ingratos que se durmieron mientras el Señor pedía un poco de compañía? Eran «los suyos». No cabe duda que la espina es más cruel si viene de donde se esperaba la deli– ciosa flor del consuelo. Mejor, así se sana el tumor sordo y maloliente. La Cruz y la sangre. ¡Qué vergonzosa la his– toria de la humanidad! Al pie de la cuna del hombre el hermano se tira violentamente sobre su hermano y lo deja tinto en sangre. La sangre ino– cente clamó al cielo por la boca abierta de las venas ·como una trompeta. Y se estremecieron los corazones buenos temiendo su propia maldad. So– bre el cadáver blando de Abel lloró larga e incon– solable la madre. Sangre junto al crucero.' Porque Abel cayó abrazando su inocencia y perdonando la malicia. Sólo que Dios pidió cuentas de la sangre derra– mada. Otro día cayó el Señor sobre su sangre sagrada. Esparció tanto los brazos que la Cruz que El llevó quedó para siempre venerada. También jun– to a su cruz hubo unos labios de Madre. Y una 46
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