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A los ojos de la fe, Cristo en el huerto es el Crucero con sangre. Parecía su cuerpo una fuente de roca que mana agua fresca y aiborozada para los caminan– tes. Y de pronto, como en «Los diez mandamien– tos», penetra la plaga del crimen de los hombres y el agua se convierte en sangre.. Sólo que aquí todo es misterioso y la sangre vale más que •el agua. Lo que hay de manantial claro en nuestra vida supone una gota ante Dios. Y esa gotita, para que no se pierda, se recoge con la cucharílla litúr– gica y se mezcla con la sangre de Cristo. La unión tiene un significado trascendente, algo más que la sencilla amistad. Se pretende un cambio, una transformación, lo que llama el Breviario «un comercio admirable». Así como Dios toma nuestra sustancia humana que crea y recrea con sus métodos divinos, nos-, otros queremos ser «consortes» de su divinidad. La vida de los discípulos de Cristo está hecha con capítulos de sangre. Es que, en realidad, el santo es un crucero con sangre. Otro Cristo. Pedro, llorando sus negaciones, cuando las me– jillas tienen hondonadas como las montañas por el exceso de la amargura. Pedro, libertado por el 44

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