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dio•secillos compartían los escondrijos de su co– razón. Hay innumerables hermanos -¡y qué tristeza da, Señor!- que olvidaron la antorcha y no les queda óleo para alimentar la luz que se apaga. El Cristo bendito cayó rodando a golpe de peca– dos, olvidos y miserias. Dios fué el gran ausente. De la primitiva y virginal inocencia y calor de la gracia no le queda más que el verdín, la piedra dura del cimiento y los pájaros sucios de la noche. Yo no sé que pensarán mis hermanos los hom– bres del crucero roto. Por lo común no hay un sentido cristiano de la responsabilidad. Duele la piedra, cercenada de raiz por los elementos. Y se escribe un reportaje erudito invitando a la «reconstrucción». Está bien. Lo pide el arte y la religiosidad. El corazón no tolera la irreverencia con las piedras electas que representaron a Cristo, indicadores de su bondad y de su presencia. Como artistas llamamos a las puertas del sentimiento pidiendo que el crucero vuelva a abrazar el espacio de calor que se pone en el campo, en el camino, en la ,plazoleta. Por lo demás..., bueno, quisiera ser caritativo. Pero por eso no quedamos libres de ajustar cuen– tas con Dios. ¿Por qué no llamamos a los cante- 36
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