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piensa. Medito en la vida frágil del niño que se durmió -cantando y soñando a los ángeles- y ya no hubo despertar. A la aurora las campanas dieron la noticia en un repiqueteo dulce y apri– sado. Para los hombres fué como el crucero roto. Hubo lamentación y llanto porque una madre jo– ven -mujer y ángel- no pudo despertar a su niño como todos los días, en la madrugada. Manos femeninas le pusieron flores. Flores blancas en las manos de cera. Y -frente a Dios- la madre joven exigiendo mansamente al hijo: «Meu anxo. .. » La carne tibia se fué quedando fría. Voló en la alborotada nana del campanil el alma niña a ver a Dios. Grandes flores sin olor llenaban las manos del ángeL ¿Por qué irán siempre tan un– cidas en el mundo de los hombres las alegrías y las lágrimas? Un ángel más. Pero también los án– geles hacen llorar, cuando son el fruto del amor humano. La madre contemplaba a su niño -ya en el cielo- como quien se duele por el crucero roto. Aunque, en el fondo, podía más la convicción y la esperanza: «Meu anxo... » 32
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