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jo convento, cubierto aún de ornamentación y mo– tivos seráficos, el huertecillo conventual, acogido en la soledad, y los emparrados alegres cuyos tier– nos rebrotes llaman en las ventanas de la sacris– tía. El paisaje, la gente, el mismo mar tienen un neto estilo de escuela. Siguiendo un camino hacia las afueras, he su– bido a La Pastora. La Pastora es un monte pequeño, breve, feme– nino. Allí tiene su casa la Virgen. Vive allí con su rebaño de corderos y apacienta su negra mira– da temblorosa sobre todos los horizontes. No sé cuándo -el tiempo ha transcurrido velozmente– unos hermanos míos Capuchinos dijeron que la Virgen es la Divina Pastora de las Almas. Lo re– pitieron, para ser más exactos. Jesús es el Buen Pastor que se llevíl la ovejuela descarriada al hom– bro. Y María es la Madre de Jesús, Madre del Buen Pastor. La Pastora es una prolongación sen– timental del «Cruceiro dos Frades». Muy cerca to– davía, en el espacio del mundo animado de los hombres. Voces limpias de niños apresuran el auxilio de la Señora, que ha buscado un lugar amable, algo elevadó por cobijar, proteger y ani– mar a sus hijos. Desde el crucero, aupando la mi- 27

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