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decirle al Cristo que el campo se reseca como las venas por el excesivo apasionamiento y que el eucalipto de las últimas plantaciones quiere un aire más tibio para espigar y ofrecer su aroma ino– cente. A un paso del vaivén cotidiano, pero velado de intimidad para que la pescantina le haga la sú– plica en el pregón matinal, chorreando olor y sa– bor marino por los poros de la piel y de la voz. Cerca, para que el hombre se descubra reverente y musite una oración al paso. Los franciscanos, igual, Lejos, para saborear la paz de Dios, que no tiene nada que ver con el bu– llicio y ama impetuosamente el recogimiento. Y siempre cercanos, con un paréntesis bienhechor para dar con frecuencia y con facilidad la paz a los hombres. Actualmente no hay franciscanos en Camba– dos, la bella villa que tiene mirador al valle, a la campiña y al mar. Franciscanos en vida y traje reglar, se entiende. Porque el espíritu asisiense pervive en innumerables formas. Persiste aún la sana alegría que contagia y la dulce hospitalidad que restaña el cansancio de los diarios caminos. Y la piedad intuitiva y honda a la Humanidad de Cristo y a la Virgen Inmaculada. Ir a la villa cam– badesa es rememorar motivos franciscanos: el vie- 26

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