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artística del franci:scanismo, que es el «Itinerario de la mente a Dios». Fray Buenaventura nos dijo que la vida es un cammo. Y nos enseñó a caminar con la ascesis más po– sitiva que se pudo imaginar. Oliendo el perfume de cada flor y apartando el gusanillo del fango o de la riada. Nos enseñó, ante todo, el contenido amoroso de la cruz, apasionante tarea del fran– ciscano. Para el hambre franciscana, dispuso Dios un árbol noble, frutal y sabroso. Puestos a bus– carlo, no cabía más perfección que la Cruz como realidad. Y como símbolo -altura, feracidad y belleza- la Vid mística. Así nació el Crucero, transplantado de Asís, en el universo. Y un día llegó a Galicia. Por eso es frecuente, diario, diría, en la vida franciscana el huertecillo mimado de flores, el cordero al hombro y como síntesis perfecta, EL CRUCERO. Sobriedad de lí– neas junto a exuberancia de sensibilidad. Junto a las palmeras del huerto monacal o al pie del árbol de adorno -semicubierto de campanillas azules y moradas- el Crucero. En cualquier glorieta del jardín puede elevarse el vivo grito 'del Amor cru– cificado. Cualquier fraile franciscano debe estar 24

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