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Los frailes viven ofrecidos a Dios en el bos– que, en la montaña, en el valle. De cuando en cuando se aproximan al mar, quizá pcir ese anhelo incontenible de grandeza que atenaza el corazón como un cilicio. Me gusta la peregrinación por mis conventos " franciscanos. Y empieza atrayéndome el nombre -tan des– prestigiado- de convento. «Conventus», reunión. El hombre nació para vivir en una atadura cor– dial de corazones. Y así brotó, como ideal de ser y de acción, la vida religiosa que, desde San Fran– cisco, recobra horizontes humanísimos de frater– nidad. Francisco de Asís no nos quiso monjes. Nos llamó «hermanos». El monje tiene como meta la soledad. Es, por definición y por tarea contempla– tiva, el «solitario». El fraile renuncia a la serena calma de la pura contemplación por bien del pró- 21

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