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' voluntad afectiva; a la frente, a las manos, a los ojos, a todo el dolor del Crucificado. Los campos gallegos están sembrados de esta oración en piedra que es el Crucero. El mero heého de pasar a la vera del crucero le presta una calidad religiosa al trabajo cotidiano, ganado con el sudor de la frente. Se recuerda, durante el quehacer humano, otra,aí frente que destila por la fina rendija de sus poros gotas de sangre. El cristiano advierte que sus pen– samientos malos, con frías púas de espino y zar– zal, tienen que ver de un modo misterioso con el dolor de Jesús. Y el cristiano ora: Le quema la pena de la frente rendida sobre el pecho, en un gesto de impotencia «como los lirios que, en flor tronchan, al paso, los vientos». El hombre religioso sufre viendo sufrir a Jesús. Y llena las heridas del ·suave bálsamo de la com– pasión. Amar es habitar afectivamente con la per– sona amada. Pero no sólo eso: es participar hasta donde llegan las fuerzas en el dolor que martiriza al amado. El devoto le pide a Cristo un «servicio» permanente al lado d~ la cruz, con la intención compasiva de aliviar la carga incómoda: 161
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