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Al poeta andaluz no le agrada el Jesús «del madero». Y, sin embargo, no es posible encontrar un motivo espiritual que atraiga con tan ardiente entusiasmo como el madero. Esos pobres gitanos. lamentablemente sucios y rotos, conservan el «at·– te» de cantar hondo. Y en su Romancero no falta la canción vibrante, quejumbrosa y doliente de rea– lismo que es la Saeta al Cristo y a la Dolorosa. Si la vida merece la pena es, en definitiva, por ese rato de amor puro y de canto espontáneo con que acompañamos la agonía del Salvador. Dijo Agustín de Hipona este pensamiento es– tupendo: «Cantare est amantis». Una frase latina que expresa la carga amorosa del canto. Quien ama de verdad no resiste la «tentación» del canto. Oiréis cantar en la soledad del bosque al pájaro enamorado. Oiréis cantar al hombre la romanza profana o el amor religioso que ha embellecido y fecundado su vida. Las formas del canto son tan numerosas -tan innumerables, si queréis- como los modos de amor. La oración brota espontánea ante la contem– plación del Cristo. Sigue las modulaciones del sen– timiento y de los motivos religiosos que la impul– san. El recogimiento contemplativo tiene como «tema» a la persona amada. Y se ora, con firme 160
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