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advierte un sabor divino que le está vedado al hombre terreno. Cristo es vida. Ha venido para re– partir a manos llenas la vida. Por los sacramentos se derrama el tesoro de Dios «a caño libre». El Evangelio es la historia de Jesús que nos regaló la Vida divina. El que cree y vive en mí, no morirá eternamente. El hombre tiene sed de inmortalidad. Se enga– ña buscando los placeres fáciles de la mesa, de la carne, de la amistad. Su vacío no es de cosas co– rruptibles. Lo que el hombre hambrea con tortura y persigue con afán inquieto es la Verdad. Y la Verdad es Cristo: alejarse de El es desviarse de la felicidad. La vida divina queda aprisionada en el Costado abierto: quien quiera saciarse tiene que vivir de rodillas para beber de bruces la sangre divina que riega los palos agrietados. Toda la Ver– dad, el Camino verdadero y la Vida eterna espe– ran aquí, en los brazos de Cristo, en sus pies, en su Corazón. Esta cruz humilde de «corticela» soporta todo el amor de Dios:

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