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cha la verdad. Quien le sigue no anda en tinie– blas, porque es luz. Amarlo es comprender el sentido de la historia. Todo el que escucha a Cristo es de la verdad. Las iniciales clásicas quedan absorbidas en un proyecto mucho más ambicioso y rico de con– tenido. En el palo horizontal aparecen dos pala– bras que bastan para entusiasmar al hombre más frío: CAMINO - VERDAD. En el palo vertical, en el extremo superior, una sola palabra inmen– sa, inmensurable, gritada mil veces por el instin– to de ser, de sobrevivirse, de no morir: VIDA. Pero el camino y la verdad y la vida no tienen el sentido que les damos nosotros. Se entienden escuchando a Cristo que nos precede en la tarea de santidad, de verdad y de vida. Cristo es el ca– mino de un modo íntimo. No es que nos indique el «camino», como el guardia de tráfico o el se– máforo que nos hace un guiño rojo para que evi– temos el riesgo de ser atropellados. Es Camino por– que nos reveló al Padre y nos toma de la mano para adentrarnos en los destinos de la fe y de la gracia. Es Camino con su persona, con su ejem– plo, con su vida humana santificada. Agustín de Hipona, que anduvo «descamina– do» porque no conocía a Cristo, lo expresó con 156
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