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mero en el cultivo del mármol y de las maderas olorosas, son un modo de devoción y de adoración. A pesar de ello, la cruz de mármol no me ins– pira. Tampoco es ideal la cruz de castaño sano, cu– riosita y bien medida. Los artistas modernos -enrolados en el movi– miento litúrgico- tienden a un realismo digno. Se intenta hacer una cruz que se parezca en lo po– sible a la Cruz. Es reprensible el ansia de noveda– des. El movimiento litúrgico trata de imponer lo prillllt1vo, es decir, lo auténtico, lo expresivo, lo eterno. Y ha nacido una cruz menos bonita, me– nos artificial, más cruz. La cruz misional de Meder quiere ser primiti– va, tosca, amarga. Un artesano buscó el árbol en el campo. No buscó el pino oloroso. Ni el eucalipto noble. Cortó un pobre árbol retorcido, anémico, nudoso. Y sin pulirlo ni labrarlo, le dió forma de cruz. Así debió suceder en aquellos tiempos de tortura para los esclavos y reos más peligrosos. Un esclavo, un cri– minal se contentaban con cualquier cosa. No iban a exigir que la cruz fuera de cedro ni de otra madera cara. La cruz que digo es de corticela. Muy ingrata 150

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