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Por más que se diga, el cementerio cristiano no es triste. Es triste, desolador, trágico el cementerio civil. Porque no hay corazón humano que pueda vivir en el tiempo de Dios sin Dios. Darle tierra a un hombre como se entierra a un can rabioso es un crimen que no cabe en expresiones humanas. Los cristianos queremos para descanso la tierra ben– dita y la compañía de Cristo invocado como Luz, Resurrección y Vida. No vi6 bien el poeta. Si hubiera abierto los ojos se habría encontrado con motivos de gozo: el ciprés lleno de cantos, las losas signadas con la cruz y las inscripciones fu• . nerarias sobre el mármol. . Es peligroso dejarse llevar de sentimentalismos excesivos. La muerte es una realidad que cae en la frontera de la fe donde las lágrimas se evaporan estérilmente. Hay que 135
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