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Yo pido compas1on para esta madre. Y, como Jesús, quiero ser compasivo. Era un cortejo fúnebre. Los cantos de las plañideras -asalariadas del sufrimiento aje– no- herían la serenidad de la muerte. Y una mujer lloraba su soledad en el mundo. Pero se acerca Jesús, va y le dice: «No llores». Y toma de la mano al joven para que se levan– te. Todo termina con un regalo cortés de Cristo. Le entrega el hijo a la anciana ma– dre porque le da compasión. Para Jesús es tan delicioso resucitar a un muerto como des– pertar a un niño. Igualmente fácil. El joven muerto se levanta robusto, sano y alegre. Mujer, la del luto en los ojos. Mujer, solitaria entre los hombres alegres. Mujer, si tienes esperanza y eres cristiana, mi– ra al crucero. María te precedió junto a la cruz. Sé como ella. No ambiciones un puesto cómodo, sin preocupaciones, porque ser madre es guardar una vigilia permanente para el recuerdo del hijo. Vive al pie de la cruz, mas con resignación y con humildad y con una confianza fuerte en las pala– bras de vida eterna que dijo Jesús a los muertos. El campo sonoro y los frutales con flores no son un insulto para tu soledad. Son un símbolo y una 130

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