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Me gustaría sentir con las madres su dolor. Vi– no la vida con su florida canción. Y después el fruto de -los hijos. Dios sonreía con promesas cier– tas. Y luego la vida bella de la mujer que no co– noció las claudicaciones carnales. El despertar al niño con canciones y besos. El recuerdo insistente del hijito. ¿Podrá una :r:qadre olvidarse de su hijo? Y después la vida, con su proceso siempre rer.tova– do y siempre idéntico. El niño que se hace hombre y pierde la inocencia, esa ignorancia envidiable del mal. Y el trabajo sin paréntesis -desvelo, in– somnio, vigilancia- de una mujer que puede mo– rir, pero no sabe olvidar. La madre pendiente de su hijo por la ley de gravedad del afecto, más cierta que la gravedad cosmológica, es el cuadro más be– llo y sugeridor que pintor humano pintara. . . . y, de pronto, vino la muerte sin preguntar nada. La muerte es una contestación a la orden de Dios. Y el hombre queda mudo en el reino del más allá. No puede meter en los bolsos de la muerte el billete ni la recomendación, porque la muerte viene desnuda. A la muerte no ,le dicen nada los cheques ni las recomendaciones, ·,porque es justa. En el blanco recuerdo del hijo muerto ha . puesto la muerte una orla enlutada. Es el Crucero con dolor y luto. 129
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