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gelios es que María tuviera el rostro sereno, como si se tratara de un espectáculo ajeno la pasión de su Hijo. «Estar» implica un actitud fuerte. Pero no excluye que el dolor se le metiera a la Virgen tan dentro que le quitara el sueño para toda la vida. El dolor de María no era inhumano. Era perfectamente femenino. Exactamente el dolor de una mujer que ha nacido para amar. Y mereció el título de Madre del Amor Hermoso. . . . parece que he visto en alguna parte a esta mujer enlutada. Sin embargo, ahora no me viene a la memoria el sitio. Y es mejor así. Que sea una mujer de tantas. La que podría ser mi madre o mi hermana. Así cobra horizontes universales este dolor que no debe perderse. La mujer trae luto y le dice al Señor por qué. Como se siente sola ha subido torpemente a la piedra y abraza a la Reina con desconsuelo: «Miña Raíña. ... » -Devuélvemelo, Señora. Era mi hijo umco. Era cayado y esperanza, paloma y flor. Era todo lo que yo ·podía querer en la vida. Y se me fué. Parece imposible. Señora, que sea imposible. Si él ha muerto, ¿cómo brilla el sol y laten las co– sas? ¿Cómo sigo viviendo yo, si él era mi única razón de vida? 127
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