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Una mujer ha sorprendido la escena. La mu– jer trae luto en el vestido, lágrimas en sus ojos y una tristeza que cautiva el corazón en todo su ges– to. Se pregunta uno cómo es posible el llanto a esa hora de la mafiana, cuando el cosmos despierta en una alucinante bandada de felicidad. Pero lo cierto es que el corazón que suele llorar con el campo y gozarse con el paisaje, tiene ratos de con– tradicción. Y cuando los árboles gritan sol inun– dados de canciones, el hombre se recoge en su in– terior como el caracol y no hace caso de las lla– madas del universo. Se habló alguna vez de las razones del corazón. Creo urgente recurrir, de vez en cuando, a sus sinrazones. Por lo menos hay que sobrepasar los criterios geográficos y las razones excesivamente materiales si queremos comprender los momentos culminantes de las almas. Hay ho– ras en que las lágrimas son necesarias, aunque le quiten armonía y serenidad a la mafiana limpia y rumorosa y a la tarde tan callada que parece que se hubiera dormido. En la roca tallada, la Virgen sufre un espasmo de tristeza. Dijo un poeta que, al morir el Señor, todo el cosmos se inmutó. Es natural que así sucediera. Así lo dicen los Libros. Lo que no dicen los Evan- 126

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