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con total desprendimiento. La justicia pide que penen allí como cantores de un amor que los in– flamó para que se salvaran, no quizá para que sal– varan y santificaran a sus hermanos como Dios quería. Están sufriendo para glorificar la hermo– sura y la claridad divina que no imitaron hasta el grado fijo en la mente de Dios. Viven para cum– plir la donación desinteresada que en el mundo regatearon por falta de generosidad. El purgatorio es justo porque se dieron sólo a medias. Había un lugar secreto en su alma que se reservaban. Un afecto desmedido a la propia personalidad, al afec– to sensible, al juicio de los hombres. . . . el retiro no le liberta al hombre de ser hom– bre. El retiro mismo no es santidad. Y, a veces, dis– tancia de la santidad. Si Dios exige la vida al ser– vicio de sus intereses en las vanguardias de la Iglesia, el retiro es una «deserción». Los tribuna– les humanos condenan a los desertores. EJ tribunal. de Dios tiene también un penal para los que aban– donan las armas o las dejan enmohecer. Y no es extraño que el monje, que es hombre, sienta sobre sí las debilidades de los hombres. El Purgatorio es necesario. Este fraile de "nibr.13.Cal ton~J,ncti::ae un incen~io de amor en su corazófüJJ,edicó su v~da al an;ior. Le espera un cie- 120
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