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Y ese apego excesivo a la comodidad, al lujo, al bienestar. El día que su alma sea brillante como copo de nieve inundado de sol, Dios le abrirá sus brazos para siempre. Ante el «ejemplo» de esta infancia que todavía no es lo suficientemente pura, ya que el Señor ve los corazones al trasluz de su ciencia divina, la oración brota sumisa, incontenida, ardiente: «Señor que dijiste: «Dejad que los niños se acerquen a Mí y no se lo estorbéis, pues de ellos es el reino de los cielos». Da a este niño que te amó y habló de Ti, un cielo lleno de candor y de amigos jugetones. Y de ángeles. Un cielo donde Tú seas el solo Pa– dre, lleno de ternura y de Corazón» . . . . un aire dulce menea los sembrados. Y la lamparilla se ha estremecido con la brisa. Dios ha dicho que «sí». Queda una figura extraña, que no puede fal– tar en el CRUCERO de Animas. . . . un fraile. No ha sido despiste del artista. Lo ha buscado conscientemente. El artista del cru– cero no olvidará que una tonsura clerical, un há– bito prestigiado de virtudes, una mitra episcopal y una tiara de Pontífice son compatibles -loado sea 117

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