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El Crucero nos presenta ahora la figura de un niño. ¿ Un niño en el Purgatorio? Sí. Lo pide la fe y lo confirma la razón, iluminada por la fe. Era un niño bueno. Un niño sano que jugaba a juegos infantiles. Jamás supo a qué se referían los niños cuando marchaban a «jugar a juegos feos ». Tenía sentimientos de poeta. Amigo de los pajarillos del campo. No podía ver una tristeza en su camino que no la hiciera tristeza suya. Sabía llorar con los que lloran. Repartía su pan con los niños pobres, con las gallinas y con los pájaros. Y. .. está en el Pur– gatorio. Es querido por Dios y está triste, porque no ve a Dios. No sabemos el tiempo de la separa– ción. Lo que Dios quiera. Siempre sobreabundará la bondad de Jesús que lo ha preservado del mal de los hombres y lo ha hecho santo. Porque, hay que decirlo, este niño de mirada entristecida, con el gesto doloroso del huérfano en la limpidez de su mirada, es un santo. Pero la misericordia de Dios no es un acto irracional, despótico, absurdo. Casa con naturalidad con la justicia. Este niño san– to purga sus faltas infantiles: esas «desobediencias sin importancia», esas faltas de respeto en el tem– plo, esas oraciones canturreadas con voz de loro y ojos de bostezo, esas distracciones semideliberadas. 116

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