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vino y de la lujuria. Murió cansado de la vida pe– ligrosa, sinceramente arrepentido por sus excesi– vos pecados de pensamiento, palabra y obra. El anciano del crucero es «de los nuestros». Ha vencido en la lucha decisiva contra el mal. El último paso fué firme. La última palabra, Dios. El último beso -sobr_e todos los besos lascivos- el beso limpio y esperanzado al Cristo. El último acto de su voluntad, la aceptación generosa de la vo– luntad de Dios. Creyó en la misericordia y, al ver– se pobre, samaritano, publicano ---'hombre, sin glo– sas- clamó con gran voz al Señor. La muerte disciplina los -pensamientos. Purifi– ca los impulsos y da una medida nueva para los juicios humanos. Este hombre que provocó en su vida afectos, amistades, rencores, tumultuosas pa– siones, en esa hora translúcida de la verdad no causa más que compasión. No hace falta llegar al purgatorio, al espectáculo tremendo de las llamas. El solo hecho de la muerte amplía los horizontes. La muerte de un hermano nos hace mejores, más comprensivos, cmo si nos soltara las cadenas del egoísmo y las cataratas de los ojos, curando esa grave enfermedad del corazón que se llama mio– pía de sensibilidad. Ante el anciano, la oración es: espontánea: 112

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