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justo con ·compasión y no permite la mínima mota de polvo en el hábito blanco de su orden celeste. Cuando estén limpios como la nieve, sin la escoria de culpa venial .y pena debida por la vida en pe– cado, no vendrá el ángel del Señor a apagar la llama. Es preciso dejar -antes de ver a Dios– los restos y reliquias del pecado mortal que se ,per– donó porque Dios es misericordioso. Conozco a aquél anciano, de ojos venerables y serenos, que levanta sus manos al trono de Dios, implorando perdón y misericordia. Era un hombre piadoso. Pero no llegó a trabajar en la heredad ha·sta la hora de nona. Prima, tercia y s~xta se lo pasó jugando a las cartas en un mesón aburrido y diciendo palabrotas a las mujeres. La adolorida tristeza de su gesto es por Ios olvidos de la vida sin Dios, cuando Dios era un Señor todopoderoso con el cual -decía- vale más no tratar. El nim– bo blanco que le circunda es el presentimiento de que muy en breve va a finalizar el tiempo de prueba. El anciano del crucero está a punto de ver a Dios .para siempre. Ya no le queda nada carnal. Ha sido purificado. Está a salvo porque Dios es misericordioso y tuvo presa a la muerte para que no le hiriera cuando gemía esclavo del pecado, del 111

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