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siones humanas: lo superficial nos rodea por los flancos de la imaginación y de la pereza. Vamos a pensar con detención y con espíritu -comunitario en la doctrina del crucero. En los ca– minos de Galicia, junto a la ermita aislada, al margen del riachuelo, al borde mismo de la vida que corre vertiginosamente, se levanta el «Cru– ,cero de Animas». Sólo vela el levísimo temblor de una lamparilla, iluminando. Es. preciso hacer un alto en el camino. Y escuchar. El lenguaje del otro mundo es un misterio para el hombre. Aquí todo participa de la carne. El mismo pensamiento está -condicionado a la dimensión corporal de lo hu– mano. No es fácil comprender a los hermanos bienaventurados, ni a los hermanos dolorosos, ni siquiera a los réprobos. Cielo, purgatorio, infierno pertenecen al mundo cierto del dogma: son un hecho. Pero un hecho que no podemos enterrder más que a medias, de un modo imperfecto. Las -cosas de la fe son así. Decía muy bien San Pablo que «ahora vemos como en enigma y en espejo». Vemos sombras reflejadas en la superficie oscura de nuestra inteligencia. Sólo que queremos ver y un día «veremos a Dios tal cual es». Digo que es difícil imaginarse el otro mundo. Y que su lenguaje nos es desconocido. Es esta la 108

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