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to del Crucificado y fuerza divina de resurrección. Es ciertamente una inmensa compasión la .primera res– puesta al dolor de Cristo; pero es una compasión abier– ta al misterio, a la fuerza vivificadora de la cruz. La paciencia que se aprende al pie de los cruceros no es un abandono a.nimal a las fuerzas que no se pue– den aplacar; es la gran virtud cristiana, esforzada y difícil como pocas, y en defini tiva fuente de una acti– vidad espiritual generosa y dominadora. No siempre está solo Jesús en el Crucero; ni si– quiera está ausente cuando falta su imagen. A su pa– labra de vida eterna se juntan otras, variamente en– caramadas en el fuste, o desde el prolongado pedes– tal. La Madre del Crucificado explica de vez en cuan– do sus dolores y su inquebrantable esperanza: los án– geles se .dejan ver, más bien oir en un hossanna, que no se les · permitió en el Calvario: aún las almas que esperan en purifica.ción dolorosa la definitiva libera– ción suelen estar allí, muy humildes, asociándose que– damente a las alabanzas angélicas, porque saben que su sufrir es la mayor misericordia que recibieron, Y el pueblo se suma, y _casi sin romper el silencio -se aso– cia al coro de alabanzas; canta toda la naturaleza, em– papada de Dios y en ella, sin pretender evadirse, ni casi singularizarse estas e,xtrañas obras de Dios, que somos, capaces- de pecado, de fe, de esperanza y amor. El especial privilegio que se concede al que inter– pone su palabra entre el libro y el lector parece auto– rizarle a formular, sin excesos de pedantería, alguna observación al autor, que sacrifica así un poco más a su hijo al lanzarle a las inclemencias de la vida. A tal título me cuesta callarme la sospecha de que el P. Calasanz haya olvidado un crucero. La verdad es que no sé si los hay como el que p-ienso. El del Señor, con el brazo desprendido, ofreciendo su abrazo a San 9

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