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medievales y extendió su mirada más allá de las mu:– rallas encizañadas de rivalidades. Pero lo que singulariza la visión franciscana de la Naturaleza, alejándola diametralmente de la bucólica clásica y de su menuda resurrección renacentista es el hallazgo en ella de la huella divina, el sentido de las cosas como huellas de Dios y testimonio de su pre– sencia. También el sentir de la naturaleza en Galicia está cai·gado de vivencias de lo divino. Hacía falta para descifrarlas una clave; ésta ha sido encontrada por el P. Calasanz; es el Crucero. También él tiene su lenguaje; sus medios de expresión son medievales; un románico sin regustos arqueológi– cos, contemporáneo de los de hace ocho siglos y de los de hoy: tan inteligible para ellos como para nosotros, y en rima innegable con la prosa ingenua de Fioretti, tan transparente y tan conmovedor como ellas. Hallada la clave y descifrado el lenguaje, el P. Ca– lasanz deja hablar a nuestros cruceros y él nos trans– mite con reverencia la crónica de ese sermón que pre– dican desde hace siglos las piedras no i·endidas en el cruce recatado de los caminos o. en los oteros que ata– layan el mar. La presencia de las gentes ante sus cruceros, esta actitud de reverente auditorio del sermón callado, nos entrega además otra re-velación. En el sentir popular y aún en las mismas devociones hay componentes de afectividad frágil, y de 1·esolución sacrificada; no es lícito atribuir más peso del que tiene el primer com– ponente, al esbozar inconsideradamente la psicología galaica. La tierra y las gentes, bajo esta luz cernida de extremo occidente, han acogido apasionadamente la cruz en todo su significado; dolor divino redentor, es– fuerzo para llevar el propio sufrimiento en seguimien- 8

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