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Quisiera decir, también, a las mujeres, que si desean tener muy cerca de sí al hombre háganle agradable el hogar.E El proqué mu– chos hombres están lo menos posible en casa puede ser porque es– tán más agusto en otras partes que en su propio hogar. Habrá hom– bres raros que hagas lo que hagas, su egoísmo, su independencia, estú ante todo. Pero el hombre más independiente termina por caer. Es un poco c,omo el pájaro que tiene muchos sitios donde posarse en el mundo, pero nidos... : uno. El libro sagrado habla de la mujer bella en su casa bien arre– glada. Dos cosas bellas. Y yo creo que debe saber la mujer -y en esto no habrá que insistir mucho, la misma vanidad 1e 1 lleva a ello– que debe arreglarse ante todo para su marido. La mujer que por eso de que ya "pescó" descuida su arreglo personal, está en vías de perder lo conquistado. El arreglo personal, la belleza, dentro de sus años, es algo esencial a la mujer. Y que no olvide la mujer de su casa, que las casas cuanto más viejas más necesitan adornarse ... ¡Y ella misma! Entendiendo bien que hay una belleza que no se marchita nun– ca, la belleza del alma. Por eso escribió Osear Wilde: "Nacemos con el cuerpo joven y vamos envejeciendo. Nacemos con el alma vie– ja y caminamos hacia la juventud". La bondad, esa bondad que se transparenta de los ojos de tantas mujeres -señoras de su casa, de su vida y de las vidas que les están encomendadas- esa belleza sí resplandece más que el sol. Esa belleza, -sin descuidar la otra– es la que hay que cultivar siempre. De ese bello resplandor fue del que debió de escribir Fr. Luis de León en "La perfecta casada": "Y, a 1a verdad, si hay debajo de la luna cosa que merezca ser estimada y apreciada, es la mujer bue– na: y en comparación de ella el sol mismo no luce y son oscuras las estrellas". ¿Qué más? Que procure la mujer que esa su voluntad vaya cre– ciendo, como el sol, las estrellas y la luna. Que ésta, ya sabemos, cuando no crece disminuye. 95
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