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Y, también, que es un recuerdo de que el hombre no es bestia ni ánge,L Sino una me,zcla donde, a veces, se carga más la mano de una parte que de otra. Tan erróneo sería quedarse en un amor an– gélico, como en un amor bestial. Decir amor humano es decir amor divino. Hemos desarrollado esta idea y no queremos insistir. Pero sí recordar lo que escribe el Concilio: "Po:r elfo los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente e,ntre "lÍ son honestos y dignos, y, ejecutados d.e manera verdaderamente huma– ll1la, significan y favorecen el don recíproco, ®n el que se enri:– que,cen mutuamente en un dima de gozosa gratitud". (GS. n. 0 49). Y si queremos frutos tendrá que haber flores. Porque en el amor se pueden distinguir muy bien las cuatro estaciones. La primave– ra, donde las flores resplandecen, el azul es más azul, el aire más limpio y las' ilusiones más grandes. Un hombre o una mujer ena– morada es un poeta. Sin duda que este Cantar lo compuso un ena– morado. Aquí es _la mujer, que está esperando la llegada del Ama– do, la que canta. Pero más bien son los hombres los que cantan a las mujeres en esa primavera del amor. Porque las mujeres son "como flores con alma". Llega el verano ardiente con sus pasiones, con su entrega, con sus efusiones. Y el otofio con sus frutos. Es la esta,c¡ión dorada, tranquila, de la seTenidad y de la calma. Dios quiera que nunca caiga un invierno helador sobre los amoref', de la pareja humana. Ese invierno que todo lo _arrasa. Si aca::,o los pequehos inviernos de las minúsculas crisis matrimoniales. Un invierno que pre,;agia la primavera. Porque cuando el invierno llega es que está más cer– cana la primavera. En el cántico estamos todavía en la primavera. Y en el étmor tie– ne que haber primavera. No hay nada más triste que oír decir a al– guno de los esposos en crisis: "Yo janHís le amé. Nunca estuve e:1a– morado". Por eso san necesarias esas efusiones de amor. Y aunque se derrochen muchas flores, el amor ha de tener ::;u primavera. Que solo el que siembra recoge. Siempre e11 los surcos de lo lídto y 1o prometido. Sino todo no pasa de ser un ciclón de primavera. El Concilio también ha hab~ado de esa:;, efusiones de amor (G. S. n. 0 49). Y Campoamor rimó: El amor es un himno permanente que, después que enmudece el que lo canta otra nueva garganta lo vuelve a repetir eternamente. 83

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