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prox1ma cr1s1s y la felicidad plena es como un terrón de azúcar que se desmorona al contacto .con el agua de cada día. Rezar el primer día. Rezar todos los días de la vida. Un padre– nuestro en las comidas. Tres avemarías antes de acostarse·. Todo eso lleva menos de un minuto. ¿ Quién no dispone de un minuto para hablar por teléfono con Dios? ¡ Lar, conferencias mínimas son tres minutos! Pero eso tiene una importancia única. Llegan los niños. Son películas vírgenes que lo van captando todo. Son los pequeños testigos que observan sin acusar. Ya llegará su tur– no. Lo imprimen todo. De momento comprenden muy poco. Pero llega un día cuanr.;l.o la madre les quiere enseñar a rezar. Y ellos se acuerdan de algo que vieron hacer a sus padres y que no compren– dieron. Es aquello mismo que su madre quiere que él haga. Y co– mo para el pequeño no hay nadie más grande que sus padres, pues lo hace con más facilidad que si no lo hubiera visto. La base de la educación comienza ahí: en el testimonio. Que es lo mismo que siempre se ha dicho: "lLas palabras convencen, pero sólo los ejemplos arrastran". Muchos padres me parecen a mí co– mo las flechas indicadoras de las carreteras, que señalan la direc– ción y ellas se quedan quietas. Nunca llegarán a ninguna parte. Nunca llegarán a dar una buena educación a sus hijos, quienes no dan buen ejemplo a sus hijos. Tobías y Sara comenzaron por ahí. Es bueno acostumbrarse, pa– ra hacerlo, también, cuando los hijos llegan. Tobías me da la sen– sación de ser todo ur1 hombre. Un valiente que no le importa mo– rir con tal de conseguir a la mujer de sus amores. Un hombre que lleva la iniciativa en el hogar. Un hombre que sabe dominarse unos momentos para aco::rdarse de Dios y luego usar de lo que Dios hizo para el hombre, y como Dios manda. Porque esto es también evi– dente. El párrafo siguiente lo diae bien claro. . 75
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