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Decía ScJ:iahl: "El placer ligado a la unión carnal es un don de D:ios que uno recibe del otro y hay que merecer y saber agradecer". El hombre de hoy tan sofisticado quizá ha hecho complicado lo sencillo. En la vida de Isaac y de Rebeca Dios estaba presente. El relato bíblico nos lo recuerda y sabían muy bien lo que Dios que– rfa de ellos. La naturalidad es lo mejor de todo. Naturalidad viene de ley natural. La mejor prueba de que todo comenzó bien se deduce de lo que nos dice la Biblia: "y la amó tanto que se consoló de la muerte de ¡;,u madre". Isaac era hijo ú11ico. Hijo largamente esperado, ansiado y su– plicado. Hijo que vino en la ancianidad como un milagro de Dios. Hijo que entró en competencia con el hijo de la esclava: Hijo úni– co de la promesa. Los mimos, los complejos, el carácter del hijo único no lo hemos inventado nosotros. Pero a nosotros también nos sirve la lección bíblica de que el amor por la esposa -o viceversa– ha de estar por encima del amor de los padres. El refrán dice: "El casado, casa quiere". Cada cual a su nido, que así parecen los dimi– nutos pisos de ahora. Pero aum,que sea sin cosas, sin comodidades, con mil complicaciones, es mucho mejor la independencia para los esposos. Ellos labran su vida a su gusto. Y el p,oner buenos funda– mentos es la base para poder edificar un gran edificio. El templo de la futura felicidad marital. Contemos cdn Dios. Que los esposos se lo pidan a Dios. Que el hombre sepa ser hombre, sabiendo dominarse y amar tanto que tenga en cuenta, en respeto, en consideración, a la esposa. La fórmu– la de la boda de rito anglicano dice así: "Te recibo por mi esposa y mujer, para tenerte y guardarte, desde hoy para siem1ne, estés me– j01· o peor, seas :rica o pobre, enferma o sana, para amarte y querer– te hasta que la muerte nos separe, según la santa institución de Dios, y en ·esto empeño mi palabra". Poco más o menos lo que se dicen los novios c,atólicos al casarse. 63

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