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El encuentro "El criado contó a Isaac todo lo que había he– cho. Isaac introdujo a Reb~ca en la tienda de su madre Sara, la tomó por mujer y la amó tanto que se consoló de la muerte de su madre". (Gen. 24, 66-67). ¡Donac>ión! ¡Entrega! ¡Posesión! Palabras todas oue el hombre ha ido inventando para significar algo tan natural, tan natural que Dios lo ha querido así. Decía Stendhal que el amor le parecía como una rama de-;ga– jada del árbol, tirada a una mina de diamantes y que los diamantes iban cubriendo, hasta forrar materialmente las hojas de la rama desgajada. Lo cierto es que la palabra que mejor c¡0rrespo1Lde al relato bí– blico es el de posesión. Es un acto de propiedad que el hombre eje-– cuta sobre:: la mujer. La Biblia, que es la historia del pueblo esco– gido, el pueblo distinto, el pueblo mejor, narra las costumbres de los patriarcas, que eran sin duda más humanas que las de tantos pueblos vecinos. Donde la mujer era comprada y usada Aquí no. Pero casi se pisa la raya. Son costumbres fronterizas. Lo que les salvó a ellos, lo que salva a tantos matri-rr>cnios es el amor. La chispa divina del amor debe presidir todas las tiendas y todas las alcobas de todos los recién casados. Cuando se pone el pie en el sendero de lp. vida todo el mundo se torna c~minos y se pueden tomar senderos erróneos. Nada menos que un novelista que conoció la sentencia del índi– ce dice algo tan cristiano y tan humano como esto: "No comencéis la vida matrimonial con una violación. Cuántos orangutanes, hom– bres quiero decir, se casan sin saber qué es una mujer. Fl porvenir de un hogar depende quizá de la primera :noche". (Balzac). Noche imborrable, para bien o para mal. El amor es lo más opuesto al egoísmo. Y volvemos a pensar en el otro. En este caso concreto no sólo en la fisiología, sino en la psi– cología. Saber conquistar, saber dar, para saber poseer. Hacer las cosas como Dios quiere es hacer las cosas como mejor le va al cuerpo y al alma del ser humano. 62