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solo ser. Luego vino la separación de las dos mitades, impuesta por una especie de especialización en fas funciones orgánicas y psíquicas. Y desde ese momento, esas dos partes de un todo se buscan para com– pletarse. Yo creo, por ello, que ningún hombre es completo sino al lado de una mujer. Y, sobre todo, si es bella. No hablo de aventuras eróticas ni de incentivos puramente sexuales. La presencia de la mu– jer, sólo su presencia, es la que inspira ese sentimiento de plenitud de que te hablo. Toda la historia, toda la naturaleza, todo el munido espiritual, se cifran en esta pareja. El hombre y la mujer son tod~: lo que ha sido y l? que será". Como en toda sublimación se exagera para resaltar algo. Pero que ha dado en el quid nos lo recuerda la narración del Génesis. Y puestos a citar, advirtiendo que todo eso necesita alguna pequeña ma– tización, que a lo largo de esta obra se hará, nos parece interesante las siguientes citas: "La mujer es la segunda alma de nuestro ser, que bajo formas di– :forentes corresponde a nuestros pensamientos, que despierta todos nuestros deseos, que entiende y que llora todas nuestras debiH.da– des". (Conde de Segur). "Un solterón es un ente incompleto" (Franklin) "La pena puede uno soportarla sólo; mas para estar alegre se nec~sitan dos" '(Elbert Hubbard). "Ninguna otra cosa encadena más al hogar, a la patria y a la humanidad que un matrimonio feliz. El célibe no está ligado a nadie, es u,n ciudadano del mundo, un judío errante sin descanso, siempre en viaje, y sin finalidad." (H. Zschokke). La exageración es evidente,'pero en el fondo late la gran verdad bíblica: "No está bien que el hombre esté solo". 39

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