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cencia y tacañería, ni dejan de irritarse y gritar contra el prójimo... Muchas esperan, con unas cuantas limosnas de calderilla y millares de oraciones p:rOinunciadas con la boca, más que con el corazón, com– prar a bajo precio un lugar preferente en los cielos. Pero yo os digo que no bastan las genuflexiones ni las jaculatorias para ser un ver– dadero cristiano, y que con tan poco escote no podéis sentaros e;n el banquete del Pru:aíso. Pero esto no me asombra, porque muchas de vosotras ofrecéis a Dios las obras del diablo; os entregáis al culto de la Virgen cuando la edad ya no os permite rendir culto a Afrodita; mendigáis las gra– cias del cielo cuando las de la juveintud os han abandonado. No basta encallecerse las rodillas si no se extirpan a fuerza dei gemidos, las callosidades del pecado. Vosotras, las mujeres, en cam– bio, procuráis 1·egateru: con Dios como hacéis con la verdulera y la modista. No recordáis bast~nte que el Reino de Dios está en vues– tros corazones más que en los misalitos de piel y cantos de oro. ...Con frecuencia los varones -machos--- hm1 envilecido, extra– viados, ensuciado vuestra alma, pe1·0 tenéis un arma de venganza digna de vuestra gentileza: hacer mejores a los mismos que tanto pugnaron por haceros peores. Que vuestra pierlad mitigue todo do– lor; que vuesh·a belleza sea, una vez más, inspiradora de bellezas menos perecederas. Emplead vuestros hechizos para hacer que los puercos de Circe se convieran en los bienaventurados de Beatriz... Seréis así, por fin, lo que soñaron los poetas: vírgenes que resplan– dezcan sobre las selvas de las fieras, humanizadas para siempre". Como vemos, da una de cal y otra de arena. Más arena que cal. 26

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