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ro de la discriminación, incluso esclavitud, a que fue sometida la mujeT. Hay que llegar hasta nuestro siglo para asistir al movimiento liberador de la mujer. Va avanzando lentamente, pero avanza. Más en los países cristianos. Juan XXIII escribe en su encíclica "Pacem in Terris": "En segundo lugar, es un hecho evidente la presencia de la mujer en fa vida pública. Este fon.ómeno se registra con ma– yor rapidez en los pueblos que profesan la fe cristiana, y con más lentitud, pero siempre en gran escala, en los países de tradición y civilizaciones distintas. La mujer ha adquirido una conciencia ca– da dfa más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se le trate como cosa inanimada o mero instrumento: exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica co– mo en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obliga– ciones propios de la persona humana" (N. 0 41). La G. S. insiste en el número 9, en lo mismo. A pesar de todo, aún entre los cristianos, habrá opiniones para todos los gustos. Porque ya dice el proverbio: "Las mujeres, donclt' están, sobran, y donde no están, faltan". Pero la doctrina es bien clara. 21

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