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El cristianismo y la muJer Una pregunta que nos hacemos es por qué las mujeres frecuen– tan más las iglesias, por qué son más piadosas, prn qué ... Solemos cargarlo al infantilismo o debilidad mental de la mujer. Y eso, aparte de ser un insulto, es un error. IJues no se puede demostrar que la mujer sea inferior al hombre. T<;n muchos aspec– tos es superior. Y sobre todo con ese mismo fenómeno nos encon– tramos en el Evangelio. Por tanto la cosa es tan antigua, por lo menos, como el nacimiento del cristianismo. Las mujeres acompañaron a Cristo. Le siguieron al desierto, aunque no las contaron los evangelistas, siguiendo las costumbres de entonces. Las mujeres le acompañaron por la calle de la Amar– gura. Estuvieron al pie de la cruz en el Calvario y fueron las pri– meras en llegar al sepulcro. ¿Por qué? Ahora lo preguntamos nosotros. Y tenemos que res– ponder que fue debido a su mucho corazón. La religión cristiana es ante todo una religión de corazón. Su ley es el amor. Y en se– gundo lugar, porque su corazón les dijo que Jesús era sobre todo su Salvador. Cristo vino a salvarnos a todos. A poner las cosas como al prin– cipio, antes del pecado y de los muchos pecados de los hombres. Pudo decir en esto, como en lo del divorcio: "Al principio no fu<> así". Por eso habló con las mujeres, cos!:1- oue causó admiración a sus discípulos. Perdonó a la Magdalena y a la adúltera. Y tomó por mac.re a una mujer. San Pablo, tan parco en hablar de la Virgen, lo hace una sola vez para decir "y nadó de mujer". Eso basta. Sabemos que la cosa no empezó ni terminó con Cristo. Los proverbios cantaron, en bell.o poema, las maravillas de la mujer perfecta. Eso que nosotros llamamos una perfecta ama de casa. (Prov. 31, 10-31). Hallar una mujer así es ''hallar la felicidad". (Prov. 18, 22). "Es orgullo de su marido" (Prov. 11. 16). El libro del Eclesiástico (36, 24-27) es un eco del Génesis, donde la mujer es ayuda, compañera, complemento, consuelo. Después de Cristo, San Pablo, en frase maestra, consagra la perfecta igualdad en dignidad de la mujer v del hombre: "Ya no hay hombre ni mujer, todos sois uno en Cristo Jesús". (Gal 3, 28). No obstante, sería ingenuo pensar que el problema quedó re– suelto con esas sentencias. La historia cristiana nos habla bien cla- 20

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