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Amor de amar Se ha dicho que el matrimonio es el encuentro de dos egoísmos, o un egoísmo a dúo. Pienso que el egoísmo está tan infiltrado en el entramado de nuestra personalidad que a veces es ,imposible no de– jarle pasar. El matrimonio no debe ser un egoísmo. Sino todo lo contrario. Como el cristianismo no puede ser nunca egoísmo, por mu– chos egoísfas que se llamen r.ristianos. Por eso nos da Cristo el mandamiento nuevo, su mandamiento: "Que os améis unos a ofros como yo os he amado". Toda la vida de Cristo nos dice cómo es su amor, ese gran amor que termina en una cruz. Pero en este párrafo del Evangelio. da, con toda sencillez, dos notas que rozan lo heroico: Dar la vida y ser amigos. Al matrimonio no se le pide el fiel cumplimiento de esa pala– bra tan repetida al oído en el instante de amor: "Yo daría la vida por ti". ¿ O sí? Porque no se le pide que dé la vida durante toda la vida. No dando paso a la muerte, en un caso determinado. Fiero sí se le pide que vaya dando la vida, que vaya dándose, poco a poco, enhebrando el hilo de su existenc.ia para fabricar la gran tTama cbl amor. Entonces podrán llegar a unas cumbres de amor únicas. A esa compenetración que hace que el matrimonio sea un éxito, porque a lo largo del existir, cada día se han amado un poco más, porque se han dado un poco más. Y el segundo consejo que Cristo da, ese de ser amigos, es de lo más realista. Pensamos en la verdad de aquello, tan romántico. tan rítmico, de las rimas de Bécquer: "...pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te be querido..., desengáñate: ¡así no te querrán!" Sabemos lo que eso dura. Dios, que sabe un poco más que los hombres, habla de amor-sacrificio y de amor amistad. En realidad el matrimonio tiene que terminar por ser una gran amistad. En ir com– penetrándose cada día más. No cuando se casan, entonces comien– zan. Podríamos decir que el matrimonio es la escuela del amor. Ha- 220
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