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todo, no me habéis quitado· nada. Tengo un tesoro que vale :mucho más. -¿Dónde está? Porque te conocemos y nio tienes nada más 'que esto. -Mi tesoro es mi alegría. La alegría de saber que Dios me ama y yo le amo. Y que los dos os amamos también a vosotros". 'A\nte es– to, los bandidos, quedaron tan sorprendidos que optaron por devol– verle las pocas cosas que le habían quitado. Esta alegría se fabrica en los corazones. Y c¡uando · son dos cora– zones los que riman perfectamente en este trabajo de amor y de ale– gría, pienso que ésta tiene, que ser más grande. El hogar, el dulce y alegre hogar, tiene que ser como la fortaleza que nos defienda de la tristeza ambiente, y también que irradie su alegría hacia el e•xterior. Porque sólo dando es como se recibe. Lo otro•, atrin:cherarse en su propio gozo, sería hacer crecer el egoísmo en uno mismo y en el mundo. Ser alegres, estar alegres en el Señor. Pero dar alegría, sembrar alegría, perfumar con alegría el mundo, que ese perfume quedará también en nuestras almas. Hay una oración maravillosa que• com– puso un hombre al que llamamos tod0s "El juglar del Buen Dios", que pasó cantando y derramando alegría por doquier. Esa oración dice así: "Donde hay odio, ponga yo amor. "Dorade hay ofonsa, ponga pe:i:dón. "Donde •hay discordia, ponga unión. "Donde hay error, ponga verdad. "Donde hay duda, ponga fe. "Donde hay desesperación, ponga esperanza. "Donde hay tinieblas, ponga vuestra luz. "Donde hay fristeza, ponga alegría". (San Francisco de Asís). Sí, amigos, esforzaos porque disminuya la tristeza en el :mundo y tendréis más alegría en vuestras vi~as. 217

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