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La alegría de Cristo ¿ Conocemos nosotros la auténtica alegría? Porque las condicio– nes de nuestra vida, sobre todo en las grandes ciudades, no es propi– cia a la alegría. Dicen los que llegan a las grandes ciudades por avión que cuando se van acercando divisan como un gigantesco pa– raguas amarillo que oscila sobre la ciudad. Es la polución atmosfé– rica: ésta hecha de humo y de polvo. No está todo allí. Allí solo flota el que no respiramos nosotros. Pues bien, más adentro de nuestros pulmones, en el alma, se n'Js ha posado una tristeza que es como una secuela de la civilización, que a algunos los lleva al suicidio, que está hecha con prisa, con trabajos plagados de horas extraordinarias, con claxons de coches sonando y chóferes insultándose, con viviendas en edificios masto– dónticos, donde se tropieza la gente y apenas se conoce. Aunque esto es como una caricatura, igual que las caricaturas, están hechas so– bre un rostro real de nuestro vivir moderno. Y claro, una cosa tan simple, tan transparente, tan ingenua como la alegría, ha tenido que huir de ahí. ¿Qué tenemos que hacer para vencer ese sarcoma moderno? No podemos hacer lo que muchos hacen, hundirse hasta el último pele de su cabeza en el río Leteo moderno, bares, espectáculos, agitación. competiciones, forofismo. Eso es como una droga. Pasan sus efectos y luego quedamos peor, a solas con el alma, que nos increpa, que nos remuerde. ¿Entonces? Sólo tenemos un remedio: amor. ¿Qué sería antes, el amor o la alegría?. Yo creo que es antes el amor. Cristo, que tanto habló sobre el amor, ha metido de vez en cuando en su discurso :fi.. nal sobre el amor, alguna frase sobre la alegría. Pequeñas cuñas. Pero suficiente. Porque la alegría que nos ofrece no es como la que da el mundo, sino es otro gozo suyo, que llega hasta su plenitud, hast_a las raíces mismas del alma. Y luego la inunda con su feli– cidad. Una vez conseguido eso no importa todo lo demás. Lo demás son sucedáneos de la alegría. Esta es la que vale. A un santo varón le despojaron unos bandidos de todo lo que llevaba encima. Y lo que llevaba encima era todo lo que tenía. El continuaba, no obstante, sonriente. Se extrañaron y le preguntaron: -"¿Por qué estás alegre, aún. No hemos visto otro caso igual. -Porque, a p~sar de quitarme 216

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