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dad. El amor sería, como la varita mag1ca que 1ria convirtiendo la vulgaricfad cotidiana en un hito hacia la gran cumbre del amor. Sobre el milagro y el acontecimiento de Caná tenemos que decü que era una de tantas bodas que se realizaban, durando varios días, en Palestina. Entonces, igual que ahora, todos los asistentes tenían que llevar su regalo. Uno de nquellos días llegaron Cristo y los dis– cípulos, hambrientos y sedientos de la larga caminata, y el regalo de Jesús fue el mejor y el más oportuno. Pero Cristo, además, apro•• vechó para cimentar bien la fe de sus discípulos. Nosotros tenemos que cimentar nuestra fe en el matrimonio. Aho– ra, c,uando lo erótico lo inunda todo, se tiene que volver a repetir aquella anécdota que se cuenta del ágora de Atenas, donde todo;:; hablaban de la corrupción de la ciudad y de las costumbres.. ~nton– ces se levantó un anciano, mostró una manzana podrida y dijo: ¿ Veis esta manzana? Está podrida. Pero mirad -y la aplastó contra el suelo- en su fondo yacen unas semillas intactas. Plantadla y en– contraréis de nuevo manzanas sanas. Así ahora, el matrimonio signo y sacramento de Cristo, está flo– reciendo en una nueva primavera. Muchos esposos se han dado cuen– ta de la sobrenatural energía que yace en el fondo de su alma, y es– tán tocando con esa gracia de Dios, milagrosa, .. portentosa no sólo sus hogares, sino. el mundo entero. Esta hora de corrupción es la hora de los movimientos apostólicos familiares. Cuando algunos pensaban que todo iba a acabar, resulta que todo está comenzando. 213

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