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Maldición a la muJer Por mucho que se repita no se repetirá bastante el que la libera– ción de la mujer viene por el cristianismo. Y justo, porque el cris– tianismo se apoya en la palabra de Dios, en su voluntad, que desde el principio les creó -al hombre y a la mujer- iguales en dignidad y .derechos. Quien esclavice a la mujer se aparta de la ley de Dios. Meramente quiero citar unos párrafos de pensadores no cristia– Un canto búdico dice: "¿Quién h.a creado ese dédalo de incerti– ese ejemplo de presunción, ese d,ntaro de pecados, ese cam– ele arterias, esa puerta del infierno, ese centro desbor– de astucia, ese veneno que se semeja a la miel, esa cadena que sujeta a los mortales en la tierra: la mujer?" Los griegos, que en tantas cosas tocaron techo en el pensamien– to y marcaron una pauta a los futuros pensadores de Occidente, ¿qué pensaron sobre las mujeres? A Aristóteles ya le hemos citado. Pero no acaba ahí su pensamiento. La juzgaba un ::,er pasivo. Su función de maternidad era mera pasividad. Nada tenb que ver con ella. Era como la tierra donde se deposita una semilla, ella nada podía por sí. Dejaba germinar esa semilla. ¡Qué le_jos del auténtico misterio y desenvolvimiento de la vida! El trágico Eurípides en sus Orestes die.e: "Siempre las mujerns sirvieron de pesada rémora a la fortuna de los hombres". HiIJonax, el cómico, decía algo que hacía mucho reir: "La nmjer da al m::1rido dos días de felicidad: el de boda y el de su entierro". Sócrates. el que tuvo que aguantar bastante las furias de su cónyuge grit~ba cuando iba a filosofar: "Que salgém las nmjeres para que 110 hn-r;en la sabiduría de los hombres". No obstante encontraremos entre lo'3 griegos frases laudatorias de la mujer. Pero es que entre ellos existían des,::riminacfones. Di'3- criminación que no ha terminado, pues no e:1 vano somos tribut. i– rios de los griegos en las cosas del pensar. A pesar del enorme im– pacto del cristianismo. Acaso haya sido Demóstenes quien pronu'lció la famosa frase que mejor caracteriza b. posición, entre los griegos, del hombre hacia la mujer. Según el célebre orador, el heleno nece– sitaba a las hetairas para el placer, a las concubinas para el servicio cotidiano y a las esposas para tener hijos legítimo.:; y para cuidar fiel– mente de la casa. Pasamos sobre los romanos tributarios de los griegos en el pensar. 18

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